domingo, 17 de abril de 2011

Las manos se me caen de las manos mientras avanzo por la larga hilera. A los flancos relucen los trofeos de centenares de triunfos de otros hombres. Soy también un hombre, pero el peso del papel me asfixia y la pesadumbre del cuello de la camisa me aturde.

Los anteojitos pequeños del banquero se posan a cada lado de sus narices. Siento que aquellos vidrios me están mirando, y sobre ellos, ambos ojos acompañan el movimiento.

-Siga avanzando, pase por la derecha. Allí lo esperará la chica.

La cabellera nórdica me anticipaba el retrato que alcanzaría inmediatamente. No hace realmente falta gastar tinta, hojas, tiempo en recordar su rostro. Todas las mujeres la mujer.

Sin embargo, vale la pena su cartel. La marquesina me atrapó los sueños de juventud, me eclipsó todas las respuestas. No pude hacer más que permanecer perplejo ante el mensaje.

Tardé en leer, me ardieron los ojos. No fue fatiga sino incredulidad. Comprendí mi suerte en ese instante, como el que intuye el cumplimiento de un deseo.

Pensé en el depredador que huele la presa y corre en su búsqueda, aunque no sepa exactamente cómo va a alcanzarla ni qué hará cuando el encuentro se produzca.


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